Renee Mawad | R360
193,474 casos confirmados; 7,864 defunciones; 164 países y áreas afectadas (al 19 de marzo)…
Números que observamos detrás de nuestra pantalla, cifras, actualizaciones, comunicados, caos, crisis, fe, esperanza, unión, se asoma por el hombro de aquellos que han servido más tiempo a la comunidad, aquellos cuyos ojos vemos agotados, sin embargo saturados de experiencias, estos ojos inmensamente aferrados de seguir contando su historia. Son aquellas manos con tantas historias palpables y visibles a la mirada las que se despiden, aquellas manos que alguna vez contaron con un espíritu joven y libre que hoy, sin más, pasan a ser parte de nuestra historia, un relato que se contará por decenas de generaciones.
Durante estos días, donde mi cuerpo se ha mantenido entre cuatro paredes, mi mente encuentra una salida secreta al encierro, se fuga a través de un destello de luz y derriba por completo a las cuatro estructuras.
Repentinamente me hace comprenderlo todo: las calles vacías, las plazas desiertas, el silencio ahora es el ruido más fuerte.
Millares separados, pero más unidos que nunca. Un virus que ataca a aquellos desafortunados pero que sana a los más inesperados. La naturaleza reclama lo que es y siempre ha sido suyo; los prados crecen, las ramas en los árboles reciben con tranquilidad a sus visitantes y los cisnes desfilan una vez más, siempre en vigilia, del regreso de las pisadas y el fuerte bullicio.
La humanidad, por primera vez en mucho tiempo, calla y escucha, no opina, no comenta, observa asume y acciona. Unos se preguntan cómo es que estando tan alejados nos sentimos tan unidos. A mí, supongo, me gusta ver la otra cara de la moneda: ¿cómo es que nos sentíamos tan separados estando tan unidos?
“Estamos creciendo en proporción directa a la cantidad de caos que podemos sostener y disipar.”
lya Prigogine.
Anticipo que la magnitud del problema ahora ya no es lo principal a tratar, sino la inmensidad de la posible solución a encontrar. El caos evolucionó a unión, y la unión, a salvación.
Aquellas que florecen nuevamente no son únicamente las flores; la tempestad se calma pero no necesariamente en las nubes. El crecimiento de nuestra especie ahora no se remite con limitante a lo capital, a la construcción o al poder.
El crecimiento colectivo se propaga por millones de mentes y nos da un escalofrío por la piel al ver lo precioso que es estar con uno mismo, de conocerse, de amarse, de practicar aquello que nos apasiona, pero hacerlo con la mejor compañía de todas: la de uno mismo. Es así como el amor en los tiempos de pandemia toma la bandera y camina firmemente al frente de la manifestación, pidiendo por unos, luchando por otros, es como si el mundo hubiese despertado para nunca jamás dormir de nuevo.
Tal vez era necesario crear caos en el exterior para poder indagar en el interior.
Con ese destello de luz que se abre entre las cuatro paredes, leo las últimas noticias de la situación actual. La luna toma su lugar y las luces se apagan, pero yo no. Hay noches en las que el destello aumenta en algunas palabras leídas en comunicados y la esperanza parece crecer por el mundo.
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Como yo, espero que existan más cuyas mentes superan las cuatro estructuras rectangulares que forman parte de su cuarto, y que con este brillo regresemos más fuertes que nunca a deconstruir los cuadros mentales y aprender a amar no únicamente, en los tiempos de pandemia.