Enfrentarse al racismo no es una opción, es una responsabilidad ética. Cuando una persona manifiesta actitudes o comentarios racistas, no basta con indignarse en silencio o mirar hacia otro lado. El racismo no se combate con neutralidad; se confronta con firmeza, empatía y compromiso. La pregunta es: ¿qué actitud debemos tomar cuando alguien actúa de manera racista?
Primero, es necesario entender que el racismo no siempre se presenta de forma explícita. A menudo aparece en forma de chistes, estereotipos, suposiciones o expresiones que, aunque parezcan “inocentes”, perpetúan una visión desigual y deshumanizante de ciertos grupos. La actitud correcta ante estas situaciones comienza con el reconocimiento. Si no lo identificamos como racismo, lo dejamos pasar y se normaliza. Y todo lo que se normaliza, se reproduce.
Una vez identificado, la reacción más valiosa es hablar. Callar ante una expresión racista es otorgarle legitimidad. No se trata de confrontar con violencia ni de humillar al otro, sino de señalar con claridad por qué ese comentario o actitud es inaceptable. A veces, quien lo expresa no es plenamente consciente del daño que provoca; otras, lo hace con plena intención. En ambos casos, la respuesta debe ser firme pero reflexiva.
Por ejemplo, si alguien hace un chiste racista en una reunión, podemos decir con serenidad: “Ese comentario me parece ofensivo, no lo encuentro gracioso”. Esta frase no agrede, pero tampoco minimiza. Marca un límite claro. El objetivo no es solo detener el acto en ese momento, sino generar una pequeña grieta en la conciencia del otro, una posibilidad de reflexión.
Ahora bien, la actitud ante el racismo también debe ser coherente. No se puede condenar un acto racista en público y reír los mismos chistes en privado. La lucha contra el racismo comienza en lo cotidiano: en cómo hablamos, a quién escuchamos, qué consumimos, a quién defendemos. Por eso, también es importante revisar nuestras propias actitudes y prejuicios. Nadie está exento de haber interiorizado ideas racistas en algún grado. Tener la disposición para cuestionarse es parte fundamental de una actitud antirracista.
Empatía contra el racismo
Otro punto esencial es la empatía. Cuando alguien es víctima de un acto racista, nuestra actitud no debe ser la de espectadores pasivos. Si tenemos un privilegio —por ejemplo, el de no ser discriminados por nuestro color de piel, origen o acento—, debemos usarlo para respaldar a quienes sí lo son. Esto implica darles la palabra, acompañarlos, validar su experiencia y, sobre todo, no hablar por ellos, sino junto a ellos.
Además, en contextos educativos o laborales, la actitud antirracista puede ir más allá del momento puntual. Se pueden promover espacios de formación, charlas, actividades o políticas que visibilicen el problema y generen conciencia. La transformación no sucede solo a nivel individual, también se construye en lo colectivo.
Por último, es clave no caer en el desánimo. A veces, cuando enfrentamos actitudes racistas, recibimos rechazo, burlas o indiferencia. Pero callar por miedo al conflicto solo perpetúa el sistema. Elegir una actitud activa, aunque incómoda, es una forma de compromiso con la dignidad humana. No somos responsables del racismo que otros practican, pero sí somos responsables de cómo reaccionamos ante él.
La actitud correcta frente a una persona racista debe ser consciente, valiente y ética. No basta con no ser racistas; debemos ser activamente antirracistas. Porque el silencio y la pasividad, aunque parezcan inofensivos, son cómplices del problema. En cambio, una palabra oportuna, un límite claro, una actitud coherente y empática pueden marcar una diferencia real. Y en tiempos donde el odio aún encuentra espacio, ser esa diferencia importa más que nunca.
También te puede interesar: Estas son las preocupaciones de la Generación Z
