Es imposible hablar sobre consentimiento sexual sin una mirada con perspectiva de género. Sin esta perspectiva caeríamos en la reproducción de estereotipos sexistas y esto resulta un impedimento al intentar dialogar sobre prácticas sexuales sanas y responsables. La perspectiva de género nos siembra la semilla de una nueva norma: las relaciones sexuales deben ser consentidas y deseadas.
Viviendo bajo un sistema en el cual las relaciones heterosexuales son la norma, es común y recurrente observar que cuando se habla sobre sexualidad, se reproduce el modelo de hombre activo/mujer-pasiva. Con este ejemplo de dicotomía es como comienza Yolinliztli Pérez Hernández a relatar el fenómeno del consentimiento en el artículo titulado “Consentimiento sexual: un análisis con perspectiva de género”.
Un problema sistemático
A lo largo de las décadas, el movimiento feminista y sus distintas olas, han hecho críticas al sistema patriarcal en el que vivimos y que educa a las generaciones. Cuando mencionamos el “sistema”, se hace alusión a los niveles, sea social, privado, económico, político e histórico bajo el que se rige y educa a la población. Este mismo sistema se ha encargado de otorgarle la carga moral a las mujeres como las únicas que pueden consentir y deben “pintar su raya” y cultiva hombres que se convierten en individuos incapaces de recibir un NO como respuesta, pero como dice aquella frase: ”No” no significa convénceme.
Este sistema del que tanto se habla y se hacen manifiestos criticándolo, se refuerza también a través de canciones, refranes, dichos, ideas y acciones, como es el caso de ese refrán que dice “El hombre llega hasta donde la mujer lo permite.”
Anna Fernández Poncela (2012) propone que los refranes son códigos sociales y normas de conducta hegemónicas de “cómo son” “cómo deben ser las cosas” y “cómo no deben ser”. Estas ideas nos confinan a responsabilizar a las mujeres de establecer límites, y cuando ellas “fallan”, la culpa la cargan por “haberse vestido así” o “estar sola tan tarde” o “por no haber dicho que NO”.
Pero el consentimiento sexual no se ubica en un contraste de blanco o negro, y surgen realidades que también son necesarias de considerar, citando a Pérez Hernández:
“Las consecuencias de aceptar […] o bien, no tener otra opción que aceptar; no tener más opciones, […] no poder negarse, no tener la fuerza de negarse, no querer negarse– recaen sobre nadie más que ellas.”
No es tan fácil como decir sí o no
El consentimiento sexual posee diversas capas de análisis, para comprender mejor, planteemos un caso hipotético pero recurrente: Imaginemos una pareja de hombre y mujer, la esposa acepta (consciente) a sostener una relación sexual con su esposo, pero realmente no desea participar en ella, a pesar de esto, dice que “Sí”, o consiente con silencio.
Esta respuesta surge para evitar que su marido se moleste, o para complacerlo, o porque considera que es su “responsabilidad” como esposa, o por miedo a la reacción que él pudiera tener, o por otra razones innumerables pero igual de válidas. Hay consentimiento, no se ejerce fuerza, violencia física o amenazas, pero el deseo sexual no es mutuo y por ende se acepta una relación sexual no deseada.
Es por todo lo expuesto anteriormente que cuando se habla de consentimiento sexual, hay que optar por hablar también que el deseo es un ingrediente imprescindible dentro de la ecuación, y que si esto no está presente al momento que el acto sexual se lleve a cabo, es preferible no llevarlo a cabo.
La vida sexual no es ajena a las estructuras socioculturales dentro de las cuales nos desarrollamos. Analizar estas estructuras bajo una mirada con perspectiva de género y responsabilidad, son el primer paso para asegurar un futuro en el que todas las relaciones sexuales sean consentidas y deseadas.