La adolescencia ha sido históricamente abordada desde aspectos biológicos y psicológicos, sin embargo, también es una etapa moldeada por su entorno cultural y social. Comprenderla implica reconocer los marcos históricos que rodean a cada generación. Actualmente, los adolescentes pertenecen a la llamada Generación Z, nacidos entre 1994 y 2010, mientras que quienes nacieron desde 2013 hasta 2025 integran la generación Alfa.
De acuerdo con información de Salud Mental 360, Unicef y Neuroespai, esta cohorte ha crecido en un entorno globalizado donde la tecnología digital es central. La presencia constante del teléfono móvil, el acceso a internet y el uso extendido de redes sociales definen su interacción con el mundo. Según datos del Instituto de la Juventud de España, las y los adolescentes pasan un mínimo de tres horas diarias conectados al móvil, con preferencia por plataformas como YouTube, WhatsApp, Snapchat y otras aplicaciones que ofrecen comunicación instantánea y contenidos efímeros.
El cambio en las formas de acceder a la información también es significativo. A diferencia de generaciones previas que consultaban libros estructurados, los adolescentes de hoy reciben contenidos fragmentados, dispersos y de corta duración. Esta transformación ha derivado en dificultades de atención sostenida. Algunas investigaciones recientes afirman que su capacidad de concentración se ha reducido a ocho segundos. Aunque esto genera preocupación entre especialistas, también se reconoce que han desarrollado habilidades para seleccionar de forma rápida aquello que consideran útil.
En el ámbito social, se les suele encasillar con etiquetas como generación de cristal, bajo la percepción de que son frágiles o carecen de esfuerzo. Sin embargo, encuestas como el Informe Juventud en España 2020 señalan otros datos: el 65% realiza actividad física de manera regular, el 50% mantiene hábitos de lectura, el 20% participa en acciones de voluntariado y muestra un creciente interés en temas como la igualdad de género, el cambio climático, la diversidad sexual y los derechos de los animales.
Pese a estar hiperconectados, no necesariamente acceden a información verificada. La mayoría se informa por medio de redes sociales y plataformas de streaming, donde el contenido aparece de forma incidental y no siempre confiable.
Generación Z: entre la hiperconexión y la incertidumbre
Esta dinámica aumenta la necesidad de fomentar el pensamiento crítico para filtrar los mensajes que reciben y evitar adoptar como modelo a figuras de influencia con discursos superficiales o poco fundamentados.
Uno de los aspectos menos visibles pero más presentes es su relación con la privacidad. Estudios del Center for Generational Kinetics revelan que un mayor porcentaje de adolescentes de la generación Z, en comparación con los millennials, se muestra preocupado por proteger su identidad al enviar mensajes, realizar compras o compartir información. Prefieren redes sociales que les permitan mayor control sobre lo que publican y consumen.
En cuanto a su manera de comunicarse, más del 70% de la Generación Z reporta sentirse más conectado con sus amistades a través de medios digitales que en encuentros presenciales. Las aplicaciones que no dejan huella o eliminan mensajes poco después de ser vistos se posicionan como las favoritas. Sin embargo, esta exposición constante también tiene efectos colaterales. Dos de cada diez adolescentes declaran experimentar insatisfacción con su vida al compararse con lo que otros publican.
La influencia de los contenidos digitales ha reconfigurado la forma de recibir mensajes. Antes, las figuras mediáticas eran actores, músicos o celebridades tradicionales. Hoy, el protagonismo lo tienen los influencers, cuya credibilidad ante las nuevas generaciones radica en la cercanía y frecuencia de sus publicaciones.
Frente a este panorama, surgen desafíos específicos para el desarrollo socioemocional de la Generación Z. Las interacciones digitales no reemplazan el aprendizaje que ocurre en entornos físicos. La falta de relaciones presenciales limita la práctica de habilidades como la empatía, la resolución de conflictos o la escucha activa. Esto se traduce en un menor entrenamiento para enfrentar situaciones adversas.
Además, la búsqueda constante de la Generación Z de estímulos, el multitasking y la inmediatez afectan la capacidad de conexión con el momento presente. Diversos estudios sostienen que la práctica regular de mindfulness ayuda a contrarrestar este estado de sobreestimulación. La meditación guiada en escuelas o ejercicios informales de atención plena pueden mejorar la regulación emocional, reducir el estrés y fortalecer el autocontrol.
Por otro lado, también se requiere el fortalecimiento de la autoestima y la autoeficacia. La exposición constante a modelos digitales genera comparaciones que afectan la percepción de sí mismos. La reflexión crítica, espacios de diálogo y prácticas que promuevan el bienestar emocional son elementos necesarios para equilibrar la sobreexposición a las redes y los efectos que derivan de ella.
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